Cuando el Miedo Mata el Progreso: Contraloría y la Parálisis de los Proyectos Públicos en América Latina»

✍️ Econ. Rany Rodríguez Reátegui

Artículo del Periódico Digital LA SELVA
“RUMBOS”
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En América Latina, donde las brechas sociales —de infraestructura, salud, educación, acceso a agua potable y más— siguen siendo tan amplias como las cordilleras que atraviesan el continente, hay una variable silenciosa, casi invisible, que retrasa la posibilidad de superarlas: el miedo. No el miedo al fracaso, ni al riesgo financiero, sino al accionar de los órganos de control. A la Contraloría.

En particular, en países como Perú, donde el Sistema Nacional de Programación Multianual y Gestión de Inversiones rige la ruta de los proyectos públicos, el temor a ser acusado de mala gestión, omisión o incluso corrupción paraliza a muchos funcionarios. Este miedo se ha convertido en una suerte de “burocracia del alma”, donde el gestor público, lejos de actuar con eficacia y oportunidad, opta por la inacción como escudo de protección personal.

Irónicamente, esta parálisis se presenta en un contexto donde cerrar brechas es un imperativo moral y técnico. Se diseñan proyectos con alto rigor técnico y normativo, pero al llegar al momento de la ejecución, la decisión política y técnica se detiene ante un fantasma: la posibilidad de una observación, una auditoría, una sanción. No importa si la intención fue correcta ni si el beneficio social es claro. La sombra de la Contraloría convierte cada decisión en una potencial amenaza.

Por supuesto, la Contraloría cumple una función vital: prevenir y sancionar el uso indebido de los recursos públicos. Nadie lo discute. Sin embargo, el problema no es su existencia, sino su sobrepresencia. Hay una sensación entre muchos funcionarios de que cualquier error, incluso involuntario o técnico, puede derivar en un proceso administrativo o penal. Y cuando la sobrevivencia profesional se pone en juego, la decisión más racional —desde un punto de vista humano— es no decidir nada.

El resultado es trágico. Hay centros de salud que no se construyen por miedo a que los expedientes sean objetados. Hay colegios sin aulas porque nadie quiere asumir la responsabilidad de aprobar la adenda técnicamente justificada. Hay niños que caminan kilómetros para encontrar agua limpia, mientras los expedientes de inversión duermen bajo capas de “opiniones técnicas” que jamás se emiten.

¿Estamos entonces atrapados en una cultura de desconfianza institucional tan profunda que el cumplimiento reemplaza al propósito? ¿Hemos convertido al gestor público en un rehén del control, en vez de un agente del cambio?

La solución no está en desactivar los mecanismos de fiscalización. Está en reequilibrar el sistema. En profesionalizar a los equipos técnicos, sí, pero también en redefinir el rol de la Contraloría como acompañante preventivo —como aliado— y no como juez inquisidor. Está en crear una cultura de responsabilidad con sentido, donde se valore el criterio técnico tanto como la norma escrita.

Los países que más han avanzado en desarrollo no son los que tienen menos reglas, sino los que han logrado que sus reglas convivan con la innovación y la acción. Mientras tanto, en los pasillos de muchas municipalidades y ministerios latinoamericanos, se sigue repitiendo el mismo lamento: “Mejor no firmo, no vaya a ser que…”.

Y mientras tanto, la brecha se ensancha. No por falta de dinero. No por falta de ideas. Sino por miedo.