Hay que ser un miserable

✍️ Jose Augusto Vargas Fernandez

Artículo del Periódico Digital LA SELVA
“TAHUAMPEANDO DETRAS DE LA MONTAÑA ”
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Robertito Tejada tenía 35 años y síndrome de Down. En su barrio todos lo querían. Era un niño grande, lleno de ternura. Hijo único, vivía con sus padres: mamá Aurora y papá Juan, ya mayores, cansados, pero siempre amorosos con él.
En abril de 2020, cuando el COVID se extendía como sombra sobre nuestras calles, la enfermedad golpeó su hogar. Robertito vio cómo sus padres luchaban por respirar. Observó sus pechos agitarse tratando de atrapar el aire que sus pulmones les negaban. Escuchó ese desesperado silbido del alma al desprenderse. Y vio el miedo: el profundo, inconmensurable miedo de dejarlos solos… y el de quedarse solo.
Mamá Aurora perdió la conciencia y murió.
Robertito, niño grande, sacó fuerzas que solo tienen los corazones puros. Alzó a su padre en brazos y caminó. Caminó bajo el sol, bajo la desesperación, acompañado solo por su amor. Llegó al hospital, donde cientos de personas agonizaban esperando atención, tiradas en el piso, en sillas rotas, en la nada.
Tuvo suerte —así nos dijeron que se llamaba la desgracia— porque alguien vestido como astronauta aceptó internar a su padre. Eso era “tener suerte” entonces.
Robertito se sentó en lo que alguna vez fue una silla. Miró alejarse a su papá. Minutos después, papá Juan murió. Murió porque no había oxígeno.
En el hospital no había una miserable planta de oxígeno.

Mientras tanto:
– El alcalde PANCHO SANJURJO se escondía para no dar la cara y se vacunaba en secreto.
– El gobernador regional ELISBA OCHOA sufría una muy conveniente “crisis estomacal”.
– El presidente MARTÍN VIZCARRA aparecía en televisión como héroe, mientras a escondidas negociaba pruebas inútiles, vacunas que no llegaban y se vacunaba en secreto.
Corrupción. Cobardía. Indignidad.
Robertito no supo que su papá había muerto. Él también murió allí, sentado en aquella madera que alguna vez fue una silla. Murió sin ruido, sin auxilio, sin despedida.

Y que quede claro:
No fue Vizcarra quien llevó el oxígeno.
Fueron los ciudadanos.
Fueron los que no se rindieron.
Fue el Padre Raymundo, que con fe y acción movió montañas cuando el Estado solo movía excusas.

Si buscamos héroes, uno de ellos es él.
Hay que ser miserable —y cómplice— para rendir honores a quien dejó morir a un pueblo. Y eso, precisamente, es lo que hace el personaje de la foto: ARISTÓTELES ÁLVAREZ .

Fuente: Facebook de autor.